La brecha se abrió y sangró,  y nadie dudó de ello.  La herida nunca había cicatrizado,  y la pudredumbre había hecho mella en ella,  dejándola más débil de lo que nunca imaginó. 

Nadie le enseño a curarse las heridas,  aunque mil veces le advirtieron de sus consecuencias.  Nadie se preocupó por desinfectar aquella grieta que se hacía más grande cada vez que llovía. Nadie,  ni siquiera ella... 

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